Gansos que crecen en árboles

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Columnista invitado: Hans Rothgiesser


Hoy sabemos que es un disparate, pero alguna vez se creyó que de los árboles crecían limones, peras, manzanas y gansos. No es un error de tipeo: se pensaba que de las ramas de un árbol crecían vainas colgantes que, al estar maduras, arrojaban gansos que se iban nadando o volando.

En el Libro de las Maravillas del Mundo se comenta la existencia en Inglaterra de tal planta, para explicar cómo en el invierno británico aparecen unas grandes aves de las que no se podía encontrar nidos o huevos. Semejante contribución a las ciencias naturales habría sido hecha en el siglo XVI por un tal John Mandeville, quien muy posiblemente tampoco haya existido.

Las barnaclas son una especie migratoria que sí tiene nidos y huevos, pero más al norte, en el Ártico. Aquí lo que sucedía era que el autor, que no conocía el fenómeno de la migración, no podía explicar el origen del ave. Por lo tanto, había inventado una explicación -práctica bastante común en los bestiarios europeos de la época-. Algunos historiadores creen que la idea de que los gansos crecen en los árboles está relacionada a las restricciones de dieta en la cuaresma. Si los gansos eran un producto del árbol, quería decir que eran un producto vegetal, de tal manera que los monjes en las abadías podían comer ganso durante el periodo de abstinencia de carne.

Un día, a Conrad Gessner se le presentó la oportunidad de analizar el fenómeno del árbol de gansos. Gessner fue un naturalista y biólogo suizo conocido por dos cosas: primero, por marcar el inicio de la zoología moderna con los cuatro volúmenes que escribió entre 1551 y 1558 del Historia Animalium; segundo, por ser el inventor del lápiz de grafito.

Durante su vida publicó varios libros, de los cuales no todos han sobrevivido hasta el presente. También era conocido por su interés por las montañas. Realizó múltiples excursiones a ellas con la excusa de satisfacer su curiosidad botánica. No obstante, en realidad las hacía para disfrutar del ejercicio y de la belleza de la naturaleza.

Esa vida de análisis científico le brindó a Gessner una forma distinta de analizar el problema de los gansos. La mente orientada al misticismo y la vida cercana a la agricultura de los monjes los llevó a pensar que, si veían grandes pájaros, pero no encontraban nidos o restos de huevo en ninguna parte, tendrían que provenir de un árbol. Gessner, en cambio, tenía una mente científica. Observó la evidencia que tenía a la mano, consideró que estos gansos sabían nadar y llegó a la conclusión de que se trataba de una especie que empollaba en el mar. Que los nidos y los restos de los huevos estarían en el fondo del océano seguramente. Esta era una explicación mucho más probable que la existencia de un árbol fantástico que hacía lo improbable.

Gessner estaba equivocado. La explicación tenía que ver con el fenómeno migratorio, que tampoco conocía. No obstante, la propuesta de Gessner es mucho más seria y científica que la de los monjes. Bien por él, que trajo en su momento un poco de luz a un asunto dominado por el misticismo y las explicaciones inventadas.


*Economista de la Universidad del Pacífico con maestría en periodismo por la Universidad de Gales (Reino Unido). Actualmente miembro del Consejo Consultivo del Grupo Stakeholders.

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