Una experiencia espiritual que produjo una carpa

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Columnista invitado: Hans Rothgiesser*


Las carpas han sido parte de la historia de la humanidad desde sus inicios. De alguna u otra manera han presenciado los hitos de nuestra evolución como especie y como sociedad. Estuvieron ahí hace decenas de miles de años, cuando vivíamos de cazar mamuts. Estuvieron ahí cuando los romanos se expandieron por Europa, llevando su cultura a lugares alejados. Y estuvieron ahí durante virtualmente todos los conflictos armados de los últimos siglos. No debe sorprender, entonces, que los diseños de las carpas hayan ido cambiando con el tiempo también. La carpa circular que usaban las tribus nómades tiene poco en común con las carpas con forma de prisma echado que usaban los soldados durante la guerra civil norteamericana.

No obstante, si hoy en día van a un supermercado, podrán comprar una carpa fácil de armar y barata, pero no estará hecha de lona gruesa y los parantes no serán de aluminio, como las que se usaron en la segunda guerra mundial. Lo que podrán encontrar son carpas geodésicas: domos de tela delgada térmica con parantes delgados y livianos, pero resistentes. Este producto no apareció espontáneamente. Fueron introducidos al mercado en 1975 y fueron el aporte de Richard Buckminster Fuller. Su diseño resiste más a los vientos fuertes, a la nieve e incluso a lluvias intensas.

Buckminster Fuller fue un arquitecto, inventor y autor de más de 30 libros. Él fue el creador de las expresiones “spaceship earth” y sinergética. Para financiar sus estudios en Harvard, trabajó de mecánico en un molino, para luego participar en la primera guerra mundial en la marina de los Estados Unidos. Ahí fue operador de radio, editor de publicaciones y comandante de una embarcación de rescate. En los años 20 pasó por una profunda depresión después de que su hija Alexandra falleciera por complicaciones de polio y meningitis. Se encontraba además desempleado y sin ahorros. En su desesperación consideró suicidarse, de tal manera que su familia pudiera cobrar su seguro de vida.

Más tarde en charlas Fuller se referiría a ese momento como transformador. Se motivó a sí mismo a re-examinar su vida y a embarcarse en un experimento para definir cuánto puede contribuir una sola persona individualmente para el beneficio de la humanidad. Pero antes tenía que levantarse. Comenzó decorando cafés por comida y pasó luego a dar charlas informales una vez por semana, a colaborar con artistas y arquitectos en distintos proyectos, hasta llegar a patentar diseños e inventos. La vida de Fuller sería larga y llena de aportes a la comunidad.

En los años 40 enseñaría en Black Mountain College en Carolina del Norte. Con el apoyo de algunos alumnos y de otros profesores, retomaría el proyecto que lo volvería famoso: el domo geodésico. El alemán Walther Bauersfeld es reconocido como su verdadero inventor, pero éste lo aplicó apenas a la construcción de mejores planetarios. Fuller, en cambio, consiguió las patentes para los Estados Unidos y las popularizó con tal éxito que apenas un cuarto de siglo después se supo del precedente alemán.

La carpa geodésica cambió por completo la experiencia de acampar. La hizo más barata, más resistente, más fácil. Es más, ya no hacía falta un equipo de personas para levantar una carpa, sino que una sola persona puede cargar su propia carpa -porque además es más liviana-, armarla por su cuenta, guardarla y continuar el camino. Y todo surgió de una experiencia espiritual que tuvo una persona creativa desesperada hace casi un siglo y que se materializó en inventos, libros y una filosofía de vida.


*Economista de la Universidad del Pacífico con maestría en periodismo por la Universidad de Gales (Reino Unido). Actualmente miembro del Consejo Consultivo del Grupo Stakeholders.

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